Redefinir la integridad del cuerpo
En este capítulo, centraremos nuestra atención en el cuadrante superior-derecho, es decir, en el cuerpo, la dimensión exterior-individual de la práctica. ¡Nuestro cuerpo es algo realmente complejo, multifuncional y milagroso! Él es, a fin de cuentas, el que, desde el momento de nuestro nacimiento hasta el de nuestra muerte, posibilita todas nuestras experiencias, grandes y pequeñas, desde comer hasta trabajar, jugar y hacer el amor.
Pero el cuerpo, obviamente, también está sometido a la enfermedad, las lesiones, el dolor, el envejecimiento y, en última instancia, la muerte. Es por esto por lo que, para algunas tradiciones, tiene tan mala prensa. Sin embargo, a pesar de que esas tradiciones afirmen: «trasciende el cuerpo, porque la carne es intrínsecamente mala», la visión integral abraza la existencia corporal. Después de todo, es el único vehículo con el que contamos para vivir una vida iluminada. Y es que, aunque no podamos erradicar el dolor ni el envejecimiento ni hacer nuestro cuerpo perfecto, sí que podemos aprender a hacer un uso sabio de él.
Uno de los valores que, tanto a nivel cultural como de especie, más nos importan, es la salud física. Pero ésa es una expectativa habitualmente inalcanzable. La salud, desde la perspectiva de la cultura moderna, no es más que ausencia de enfermedad. Y, cuando ésta se presenta (cosas que, más pronto o más tarde, inevitablemente ocurre), nos aprestamos a acabar con ella o a controlarla apelando a la cirugía o a los fármacos. Aunque haya ocasiones en que, para salvar una vida o gestionar adecuadamente una enfermedad crónica, sea necesario apelar a medidas externas como la prescripción de fármacos, la verdadera salud consiste en un bienestar equilibrado derivado de un estilo de vida fundamentalmente sano, una cualidad intrínseca que requiere práctica.
Cualquier enfoque integral a la práctica corporal no sólo debe aspirar al restablecimiento de la salud y del bienestar, sino también al desarrollo de potenciales de una salud extraordinaria que no se limiten a permitirnos sobrevivir, sino que aumenten también nuestra vitalidad inteligente. La práctica corporal integral nos invita a disfrutar conscientemente del flujo corporal de la vida, preparando, para ello, nuestro vehículo corporal.
¿Cómo puede nuestro cuerpo convertirse en “el mejor vehículo para la vida”?
Integralmente, por supuesto. Y todo ello empieza, de hecho, con la siguiente y extraordinaria comprensión:
Son tres —y no sólo uno— los cuerpos con los que cuenta el ser humano, de modo que, si queremos estar realmente sanos, deberemos ejercitar los tres.
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